Este «icono del tirano» parece derivar de las descripciones que los cronistas de la época hicieron del general Victoriano Huerta (1845-1916), traidor y asesino de Francisco Madero y dictador en México entre febrero de 1913 y julio de 1914. Como Santos Banderas, Huerta, enfrentado a los Estados Unidos tras la llegada de Wilson a la Casa Blanca, esgrimió contra sus enemigos el nacionalismo y el miedo a una intervención extranjera. Márquez Sterling (1917 , pp. 539-540, 555-556), a la sazón embajador cubano, lo describe con su vieja levita y sus espejuelos negros (sobre la imagen del dictador, v. también Díaz Migoyo, 1985, p. 236), y nos lo presenta como una síntesis de diferentes dictadores: "...era el prototipo del soldadote hispanoamericano de mediados del siglo XIX, con los escrúpulos del déspota de Bolivia, Melgarejo, la crueldad espeluznante del paraguayo Francisco Solano López y el talento de un táctico europeo." (p. 300). Precisamente del boliviano Mariano Melgarejo, dictador del país entre 1864 y 1871 y a quien los biógrafos describen siempre con una espuma verdosa en los labios, pudo tomar Valle-Inclán la afición de rumiar la hoja de la coca. Por otra parte, en una falsa —aunque autorizada por el tirano— entrevista a Porfirio Díaz publicada por el periodista norteamericano Creelman en 1908, se le describe también contemplando a hurtadillas (agaritado) la capital del país desde una ventana del Castillo de Chapultepec, residencia del Presidente (v. Silva Herzog, 1973, pp. 127-129).